Carlos Rafael Marcano Velis, de nacionalidad venezolana, fue brutalmente asesinado en zona rural de San Onofre.
ÁNGEL MIGUEL PÉREZ MARTÍNEZ.
A Carlos Rafael Marcano Velis lo mataron despiadadamente. No hubo posibilidad de defensa. No hubo margen para escapar. Diez tiros —todos certeros, todos letales— marcaron su final en una vía solitaria del norte de Sucre.
Oriundo de Venezuela, Marcano Velis había llegado tiempo atrás a territorio colombiano buscando, quizás, las mismas oportunidades que otros miles de migrantes han anhelado. Su ruta, sin embargo, terminó abruptamente entre los corregimientos de El Cañito y El Pueblito, en el municipio de San Onofre.
Su cuerpo fue hallado tendido junto al camino, lejos de viviendas, lejos de miradas, como si los asesinos hubieran elegido con frialdad el lugar exacto donde ejecutarlo. A pocos metros reposaba su motocicleta, intacta, como mudo testigo de la emboscada.
En el suelo quedaron esparcidas al menos diez vainillas de bala calibre 9 milímetros. Cada casquillo contaba la misma historia: violencia sin piedad. Los impactos atravesaron distintas partes del cuerpo, lo que revela que el crimen no fue producto de un impulso, sino de una decisión calculada, casi ritual.
La identidad de Carlos Rafael Marcano Velis ya no es solo un nombre en una lista de homicidios. Es un rostro que interpela, un extranjero asesinado en tierra ajena, cuya muerte hoy genera preguntas sin respuestas.
Las autoridades avanzan en las investigaciones. Intentan reconstruir sus últimos movimientos, descubrir si hubo amenazas previas, enemigos, deudas. De momento, lo único cierto es que Carlos murió solo, y que su crimen ha sumido a la comunidad de San Onofre en una mezcla de miedo, rabia y desconcierto.
Porque no fue solo una ejecución. Fue un mensaje. Y aún nadie sabe a quién iba dirigido.


