Crónica desde el corazón de la etapa 14, entre caídas, ambiciones y pedalazos de gloria.
ÁNGEL MIGUEL PÉREZ MARTÍNEZ.
Treviso amanece tibio y apacible, como si no supiera que hoy el Giro de Italia se va a romper. La etapa 14 —una travesía de 222 kilómetros hasta Nova Gorica— arranca sin estridencias, pero con un rumor sordo que se cuela entre los radios de las ruedas: algo va a pasar hoy.
Lo que nadie imagina, ni siquiera los veteranos de mil giros, es que el día terminará con una caída masiva, un líder que vuela entre escombros y un danés de carácter frío que calienta el podio con una victoria de manual. Kasper Asgreen, de EF Education-EasyPost, se va en fuga y no mira atrás. Su rostro parece tallado en mármol, pero sus piernas escriben fuego en el asfalto.
Lo veo en la televisión de prensa mientras las motos zigzaguean tras él. Sus compañeros de fuga se rinden uno a uno, y él sigue. Sigue. Como si pedalear fuese un acto de fe. Entra a Nova Gorica con los brazos alzados, y aunque no lo grita, todos entendemos: hoy el Giro también es suyo.
Pero el verdadero terremoto ocurre 22 kilómetros antes de esa meta. Una curva traicionera, un movimiento en falso, y el pelotón se desmorona como un castillo de naipes. Caen nombres grandes. Queda herido el orgullo. Y en medio del caos, Isaac del Toro, el mexicano que muchos aún subestiman, encuentra un hueco y se lanza. Es un golpe de instinto. Ayuso y Roglič dudan una fracción de segundo y pierden 48 segundos de eternidad.
Del Toro no sonríe, pero el rosa le queda bien. Es un líder inesperado que empieza a parecer inevitable.
Desde Colombia, me cuesta mirar sin apretar los dientes. Egan Bernal se va al suelo también, pero se levanta como lo ha hecho toda su vida: golpeado, sí, pero nunca vencido. Sigue en el top 10. Mientras tanto, Einer Rubio y Nairo Quintana aguantan, reservan fuerzas, como si supieran que su momento aún no ha llegado. Lo de Brandon Rivera duele: su abandono es un silencio más entre tantos gritos.
Y así se cierra esta etapa. Una jornada que parecía de transición y termina siendo de transformación. Lo que viene es montaña pura. Mañana el Giro sube a Asiago, y todo puede volver a cambiar. O tal vez no. Tal vez ya estemos viendo al nuevo dueño de esta historia vestido de rosa y nombre mexicano.


